La culpa

Un lunes, un martes, un miércoles más,… y muchos trabajadores no tienen a donde ir. Lo peor, según los datos de la última EPA (Encuesta de Población Activa) de finales  de este mes de enero de 2014, más de 2,95 millones de españoles llevan así durante más de un año,y cada día que pasa nuestro estado de ánimo es más precario, como el mercado laboral y sus escasas ofertas.

No quiero parecer catastrofista, pero, sí pretendo ajustarme a la realidad, y rebelarme contra una serie de mensajes lanzados desde los poderes fácticos que van calando en el subsconsciente colectivo a modo de mantra, que aunque falsos a fuerza de repetirlo cobran  valor de verdad.  En esta ocasión, no he ido a ninguna rueda de prensa, ni tampoco, he realizado ninguna investigación dirigida ni interesada, sino que es mi día a día.

Tras ser despedido, estás en una nube. Has dejado atrás una gran preocupación porque han sido unas semanas intensas de rumores, de cábalas…hasta que, por fin, llega el primer lunes que no tienes que acudir a tu centro de trabajo. Lo vives con cierto alivio, incluso, liberación, ya que estabas cansado de esperar el desenlace. Los demás empiezan a mirarte con cierta piedad, y te animan con frases vacías cómo «no te preocupes, ya verás que encontrarás algo mejor», o la peor, «cuando una puerta se cierra, se abre otra»…, pero, en realidad, nadie de te ayuda.

A continuación, y superado el estado shock inicial, comienzas a planear tu futuro, o más bien a ponerte nervioso. Y piensas, aprovecharé el tiempo, haré algún curso que mejore mi currículo. Porque, en el fondo, te sientes algo culpable de no conseguir ese «apreciado» trabajo, y entonces, así tienes la sensación de que estás haciendo algo para salir de tu situación. Poco a poco, van llegando los mensajes de tu entorno más cercano de «sabes que el paro se acaba»… Como si tú no lo supieras, cuando has dejado de hacer un montón de cosas que antes hacías con normalidad, sin prestar atención a cuanto costaban. Por ejemplo, ir al cine, o comprarte algún  capricho de pobre. Y todo por miedo.
La siguiente tentación del parado es, ya que no encuentro nada, montaré mi negocio. Ruina y más ruina, no tienes ni un euro, y encima, si tenías algún ahorro, ya habrán empezado a bajar porque con el subsidio no te llega para los gastos mensuales. A parte, a pesar de la propaganda política, la realidad es que a los autónomos la administración los «machaca» a impuestos. Pagas y pagas, y no recibes nada a cambio. Por ejemplo, si no tienes inversión, Hacienda te penaliza por no gastar. Pero, no importa de feliz currito  ahora tienes que ser emprendedor, aunque, ni siquiera, sepas exactamente la verdadera dimensión de esa palabreja. En definitiva, no sepas donde te estás metiendo, y puedas acabar en la «puta ruina» porque aceleres tu desgracia.
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Mientras, de nuevo, tu entorno sin quererlo, continua siendo cómplice de un sistema que se basa en el permanente engaño. Y siempre hay alguien que te dice que» trabajo hay, pero, para quien quiere trabajar». Y tú que ya has mandado 7000 currículos, inscrito en otros 200 portales de empleo,  tirado  al barro directamente, postulándote en ofertas cuyas condiciones laborales rozan la esclavitud,  aunque, sean en Australia, y hasta tanteado la posibilidad de hacerte «empresario», te preguntas será qué estoy encantado en ser pobre, y de «chupar de bote». Concluyes, una vez más, la culpa es mía.

En todo este proceso han pasado meses y meses, y llegados a este punto te has convertido en un parado de larga duración, con lo que  conlleva, un ciudadano de segunda,  un vago profesional,  y acomodado en su vida de pobre de  solemnidad.  No tienes, entonces, derecho a tener un techo donde cobijarte, a comer, a la cultura o a enfermar, y lo más dramático, los tuyos, tampoco. Ante esta pesadilla, tan sólo puedes aguantar, y recordarte de nuevo que tú no eres culpable, sino la víctima de un sistema que trata de engañarte. Un sistema que no prioriza a las personas, sino al dinero que tan sólo ganarán unos pocos a costa de tu desgracia, y que trata de esconder la ineficacia de los que deben velar por el interés general, y no sólo de aquellos que tienen.

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